Brigido

Alguna vez me maravillé de la incertidumbre. Nunca pensé en ejecutar algo en mi mente que me hiciera pensar en las cosas que debía y no debía hacer. A menudo, por las frías y calurosas tardes de un extraño verano del año 1990, mi sombra y mi reflejo se hacían amigos de manera abrupta. Una vez, incluso, me detuve frente al espejo para ver como charlaban. En ocasiones, me precipité a no decir nada, y a no juzgar los accionares de ambos. Yo, por otra parte, me pasaba días sentado, como si mis piernas no tuvieran vida; desde la perspectiva de mis vecinos, yo no era más que "el hombre raro".

Con mas frecuencia de lo que era habitual, me trataba de encontrar entre cuatro paredes, sin poder dormir ni comer. No sé como afrontar los dolores que me inundan, a cambio de eso, decidí ponerme a escribir cada vez que sentía la necesidad de hacerlo. En mi lecho, pude observar como desde la calle, mucha gente miraba y miraba hacia el cielo - como si esperaran a que apareciera alguien - yo, solo me dedicaba a observar el comportamiento de los demás. Fue suerte, o quizás el destino quiso, que justo ese día conociera a lo que sería lo más hermoso que hayan visto mis ojos. En una primera impresión, no supe como abordar mis sentimientos, me llegué a sentir un poco extraviado. Mis pulsaciones se aceleraban tan solo pensar en ella, en esa hermosa mujer que hace unos segundos, en mi mente había abordado sin previo aviso.

Corrí al baño y con una sonrisa de oreja a oreja. Pensé en la posibilidad de poder conocer a la mujer que se encontraba a metros y metros de mí. Sentía que algo había cambiado, que la persona que era antes, había logrado llevar el amor propio a donde debía estar, ya no me encontraba raro, ni torpe - bueno un poco - ese día me sentí lleno de amor. Fue todo tan rápido, que incluso ya se me había olvidado que es lo que hacía en el baño. Posterior a todo esto, me acerqué a la ventana de manera despavorida, y lentamente busqué la silueta de la misteriosa mujer - algo había en ella que lograba llamar mucho mi atención - me ofusqué pensando en que quizás nunca la conocería, sin embargo, algo dentro de mí nació con la finalidad de ir a buscarla y escapar. Nunca en mi vida, me había sentido tan motivado por alguien.

¡Creo que me enamoré! - lo repetí varias veces en mi cabeza. Me acerqué a donde se encontraba la misteriosa mujer - pregunté por ella - la gente en ese lugar era extraña, muchos reían y otros solo miraban y miraban, como esperando a que llegara alguien en busca de algo. Fue ahí cuando pensé que quizás ese alguien era yo.

"La habitación 201, permanece abierta a quienes buscan lo que más desean"

Leí la inscripción que estaba sobre la puerta con cierta confianza, algo en mí decía que estaba por encontrar lo que quería. Cuando entré, contemplé a la derecha a una criatura muy pequeña con un cigarrillo pegado en la cien. Curiosamente, el cigarrillo estaba apagado, no obstante, de la criatura emanaba un aroma muy particular. La mujer, a quien había admirado desde la otra esquina, estaba a pasos de mí, quise correr a abrazarla, pero pensé en que quizás solo tenía que darle tiempo a todo esto y no apresurarme a cometer algo de lo que después me arrepentiría. La mujer, se giro lentamente hacia mí. Busqué la forma de establecer una conversación. En la habitación, había una puerta muy llamativa, la mujer me invitó a entrar, me tomó de la mano y la seguí como si ella lo fuera todo en ese momento. Nunca quise preguntarme que era lo que había detrás. Una mirada inquietante apareció en ese momento, pues la mujer que había visto, se había transformado en otra persona, su fisonomía, su aspecto físico, ya no era lo que había visto esa tarde extraña. Como si dentro de ese cuarto, solo pudiese ver su verdadera naturaleza. Ese día fue cuando decidí empezar a quererme por lo que soy. Ese día me sentí como la persona que en la luz puede brillar hacia los demás, pero en la oscuridad, solo puede verse por lo que es. Un simple conejo.

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